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viernes, 21 de septiembre de 2007

Holyfield habla de Tyson

No, no me molesta hablar de Tyson".

-¿No?

-Claro. En este deporte es algo natural. A (Joe) Frazier siempre le preguntan por (Muhammad) Ali, y viceversa. Y a George (Foreman), también. Somos necesarios el uno para el otro. Y Tyson representa ese tipo de rivalidad para mí, es una parte importante de mi carrera.

-Entonces... ¿Ahora son amigos?

-No. Si nos encontramos, nos saludamos, pero nada más. Somos diferentes.

-¿Por qué creés que nunca volvieron a pelear?

-Y... después de esto...

Y Evander Holyfield se señala la oreja derecha. Y uno mira. En realidad, uno ya había mirado, de reojo, casi con respeto, porque Evander Holyfield es mucho, muchísimo más que ese pabellón masticado aquella noche frenética del 28 de junio de 1997, inesperada cena que Mike Tyson se sirvió de prepo, en pleno ring del MGM Grand de Las Vegas. Holyfield es, por caso, el único boxeador de la historia que ganó cuatro veces el título mundial pesado. Y va por el quinto, encima. Es el guerrero de batallas contra Bowe, Lewis, Foreman, Holmes, Qawi y, claro, Mike Tyson. Pero ocurre que nombrar a Evander, automáticamente, supone la referencia a Tyson. Y él lo sabe. Y no reniega de ello.

-¿Por qué lo hizo? ¿Tenés una explicación?

-Es muy sencilla: Tyson me mordió la oreja para abandonar. En mi barrio, desde que eras chico, si vos te peleabas en la calle y te daban ganas de rendirte, mordías al otro. Siempre fue así. Es un código. Y Tyson se vio nuevamente superado por mí aquella noche, por eso recurrió a las mordidas.

-¿Creés que él te tenía miedo a vos?

-No. Pero yo nunca le tuve miedo a él, como sí se lo tenía la mayoría de la gente.

-Ustedes ya se conocían desde muy jóvenes. ¿Es cierto que, todavía siendo amateurs, una vez hicieron guantes?

-Sí. En la ciudad de Colorado. Los dos estábamos en el torneo clasificatorio para ir a los Juegos Olímpicos de Los Angeles 84. Fue la primera vez que estuvimos frente a frente.

-¿Cómo fue?



-Como te dije, todos le tenían miedo a Mike. Por su forma de ser, porque fanfarroneaba. El estaba buscando un lugar entre los pesados y yo, en ese tiempo, competía en mediopesado. Nos dijeron de hacer algunos rounds de guantes y acepté. "Tené cuidado que yo soy más grande", me dijo. "No, no sos más grande, sólo más pesado", le contesté. Y arrancamos.

-¿Se dieron duro?

-Muy duro, palo y palo desde el comienzo. El empezó a tirar con todo y yo no me quedé atrás. Fueron dos rounds, nada más. Lo cortaron. Pero fue un resumen de mi personalidad: si me atacás, yo respondo.

Holyfield está siempre igual. A los 44 años, parece el mismo de aquellas grandes peleas. Pelada, bigote, físico trabajado, mirada mansa. Y recibe a Olé con la amabilidad que todos le reconocen. El encuentro se da en un descanso del festival KO a las Drogas, patrocinado por la AMB, en Panamá. Allí, Evander hizo una exhibición a beneficio junto con el venezolano Gilberto Jesús Mendoza, vicepresidente ejecutivo de la entidad. Se recaudaron 15.000 dólares y el 50% fue para la Fundación Holyfield. Luego de ese evento, Evander comenzó su entrenamiento de cara a la pelea del 13 de octubre. Esa noche, en Moscú, se enfrentará al ruso Sultan Ibragimov, campeón OMB. Sí, otra chance para seguir haciendo historia.

-Te preocupan mucho las causas sociales. ¿Tiene que ver con tu origen?

-Sí, claro. Yo crecí en un hogar muy pobre. Entendí que la vida tiene altos y bajos y que el valor de un hombre está en cuántas veces se ha levantado. Por eso, nunca hay que darse por vencido.

-Y por eso seguís peleando a los 44 años...

-Es lo que sé hacer, ¿por qué debería retirarme? Yo gané más veces que Ali el título de los pesados. Más que ninguno. Y estoy listo para un quinto cinturón. Si fuera por lo estrictamente numérico, diría que soy el Nº 1 de la historia. Y no es por dinero que sigo peleando. Es simplemente terminar una carrera de la forma en que quiero terminarla. Toma jugo de naranja. Es amable, pero parco. No firma autógrafos, no le gusta. "Fotos, sí", aclara. Come seis veces por día (pollo, preferentemente), tratando de cuidar el "balance químico" de su cuerpo. Y cuando está en plena etapa de entrenamiento, hasta ocho veces por día. Ojo: una tarde no resistió la tentación de zamparse un Big Mac con papas fritas. No tiene misterios, en realidad. Ni aires de estrella. De última, Holyfield fue construyendo su leyenda en la oscuridad, siempre desafiando las apuestas. En eso, es único. En el 90 todos le dijeron que era apenas un peso crucero, muy pequeño para triunfar en pesado. Y triunfó. Dijeron que jamás le podría ganar a Riddick Bowe. Y lo venció en la revancha. Tras perder el título con Michael Moorer, en el 94, debió retirarse por un problema cardíaco. Dijeron que nunca regresaría. Y no sólo volvió, sino que dos años después recuperó la corona de manos de Tyson (en una encuesta, 49 de 50 especialistas pronosticaron que perdería). Y sigue, empecinado, viejo zorro en una división pesado que añora los tiempos de gloria.

-Tus batallas con Bowe fueron un clásico. Hoy, la categoría las extraña...

-Riddick es un amigo, siempre tuvimos buena relación. Es un buen muchacho. Hicimos tres peleas y todas salieron buenas, porque no nos guardábamos nada y tirábamos a fondo. Fue el rival que más me pegó, aunque no el más difícil.

-¿Lennox Lewis fue el más complicado?

-No, Lewis ni me pegó. El boxeaba de una forma muy cautelosa, siempre desde lejos, utilizando su jab. Y cuando estábamos por entrar en el palo y palo, me trababa. En la segunda pelea sí hubo más intercambios y no creo que yo la haya perdido.

-El más difícil, entonces...

-Dwight Qawi, el gran campeón crucero. Fue mi primera pelea mundialista, yo apenas había hecho 11 peleas profesionales. Y él tenía gran experiencia, pegaba duro... ¡Qué boxeador tan fuerte! Yo perdí seis kilos en ese combate. Muy duro. Todavía se peleaba a 15 rounds y lo máximo que yo había combatido eran ocho asaltos. Es como si te tiraran en medio del océano con una máscara puesta.

-Ahí recién empezabas. Después, terminaste peleando con todos...

-Y les gané a todos. Pero ese primera batalla me marcó. Fue tan dura que hasta pensé en retirarme. "No, no peleo más, esto es demasiado", me dije, je. Después se me pasó.

-Tenés fama de buen tipo. ¿Es difícil ser buen tipo en este ambiente?

-No. Es verdad, trato de ser un buen tipo, pero arriba del ring te voy a dar una paliza de todos modos. En el ring somos todos iguales, no hay diferencias de raza, de color. Eso es lo maravilloso del boxeo. Mucha gente se ha aprovechado de mí en este negocio, pero ahora estoy rodeado de buenas personas, así que todo bien.

Cuida mucho su imagen. Por caso, minutos antes de la exhibición, pidió charlar con Mendoza. "No te voy a lastimar, obvio, pero te pido que lo hagamos en serio, sin morisquetas, ¿ok?". Y así fue. Ferviente creyente en Dios, siempre que peleó llevó una inscripción bíblica o una referencia a Jesús en su ropa. "Esa relación con Dios la adquirí por enseñanzas de mi abuela", cuenta. Sin embargo, para la exhibición olvidó traer pantalón y tuvo que pedir uno prestado a Michael Moorer, que combatió en el KO a las Drogas. Justo Moorer, el que interrumpió su segundo reinado y con el que no hay buena onda. Igual, Michael le prestó el pantalón verde, compartido esa noche por dos ex campeones pesados. Inédito.

-En octubre irás por otro desafío. ¿Por qué es tan difícil retirarse?

-No es que sea difícil. El boxeo es lo mío y hay un ciclo que aún no se terminó. En la vida, un día estás arriba y otro estás abajo. Pero no hay que darse por vencido. Por eso sigo. Porque hay que seguir.

Ganó millones (en un momento, era el boxeador que más dinero había embolsado), en octubre cumplirá 45 (la edad de Foreman cuando se volvió a consagrar) y tiene asegurado su lugar en el Salón de la Fama. Sí, mucho, muchísimo más que el recuerdo de una noche absurda, el epílogo de una rivalidad que ya nació así, cruenta, irracional, pero que es su sombra y, claro, nadie puede esquivar a su sombra, nadie, ni siquiera un guerrero como Evander Holyfield.

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