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jueves, 22 de noviembre de 2007

El hombre sin límites

Ya lo hemos dicho, pero bien vale la pena repetirlo: viendo actuar y escuchando a Ricardo Mayorga, uno se pregunta: ¿Cuál es el límite del yo?
Decía Balzac que el talento es muy importante, pero lo es más la fuerza de voluntad. Y fue exactamenente eso, el soporte de una resistencia granítica, lo que le permitió a Mayorga, utilizando el boxeo como palanca, salir del hoyo y proyectarse espectacularmente hasta convertirse en campeón Mundial derrotando a Andrew Lewis, y así atrapar el interés de un país como el nuestro, ansioso en la búsqueda de figuras.

Más allá de sus múltiples contradicciones que hubieran enloquecido a un psicoanalista como Sigmund Freud, del rechazo a la mayoría de sus actitudes, de lo grotesco de sus discursos, no he podido evitar sentir cierta admiración por el muchacho bravo de primitiva rudeza, aparentemente condenado a la nada, que logró conseguir notoriedad y fortuna, aunque sin la mínima habilidad para manejarlas.

Cuando Mayorga habla y ofende, no tiene límites, tampoco cuando fantasea. No conoce el territorio del respeto; confunde la autoestima con una jactancia que hiere; siempre se imagina con un cigarro, una botella de cerveza y una muchacha, como alardeando “no tengo el menor interés en servir como ejemplo a alguien; tiene una testarudez dañina que le impide abrirle espacio a quienes pueden incidir favorablemente en él; no piensa en el mañana, sólo tiene mente y aliento para vivir el hoy.

Sin embargo, sus ascenso al estrellato, su aparición en las portadas de las principales revistas mundiales de boxeo, su capacidad de atracción pese a lo enredado de su boxeo, el ser un factor de producción garantizado, lo convirtieron en “ombligo” del espectáculo y máxima figura del deporte casero.

¿Qué importan todos los cuestionamientos que se le puedan hacer en una sociedad tan convulsa, carcomida por la pérdida de valores y frente a un mercadeo tan fuerte del triunfalismo deportivo, que hacía volcarse a millones tras las huellas de alguien tan repulsivo como Mike Tyson, permite justificar los descarrilamientos de Diego Maradona y hacerse el no vidente ante las evidencias que colocan al desnudo a O. J. Simpson?
No podemos desembocar en el sendero de la culpabilidad, preguntándonos ¿qué hemos hecho por la modificación de Mayorga?, cuando él no lo ha permitido y, obviamente, tampoco ha hecho nada por sí mismo.

De haber conocido a Ricardo Mayorga, el genial escritor británico Gilbert Chesterton, autor de El hombre que fue jueves, no hubiera resistido la tentación de escribir El hombre sin límites.

Pero el interés en cada una de sus peleas se mantiene, contra viento y marea. Es por eso que aquí estamos, deseando verlo triunfar mañana, tratando de separar el comportamiento de la persona con las expectativas provocadas por el atleta.

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